Los análisis de sangre rutinarios son fastidiosos. Hay que madrugar y sin desayuno previo acudir al ambulatorio; allí espera un pinchazo (en el mejor de los casos) para extraernos la sangre y en ocasiones para lucir un moratón en el brazo. Si a esto añadimos el sueño que proporciona el madrugón, no parece una buena idea prestarse a este “pequeño calvario”.
Viéndolo así, ¿quién querría someterse a este martirio de forma periódica? Esta práctica, que parece un sufrimiento obligado, es esencial para evitar sustos innecesarios en un futuro cercano. Hoy en día, hay muchas enfermedades que pueden ser prevenidas o controladas antes de que ocurran gracias a una detección precoz y a un adecuado seguimiento, todo a cambio de unos pocos mililitros de nuestra sangre.
Un claro ejemplo de todo ésto es el colesterol. El colesterol es una molécula esencial sintetizada mayoritariamente en el hígado que permite a nuestro cuerpo generar hormonas, servir de precursor para que nuestro cuerpo sintetice nuevas vitaminas e incluso para que sea capaz de desarrollar nuevas células. Por lo tanto estamos ante un compuesto indispensable de nuestro organismo que es esencial transportarlo desde el hígado hasta el resto de nuestro organismo. Es en este momento cuando se introduce el término “colesterol malo” o LDL. La partícula LDL (low density lipoportein) es la encargada de llevar el colesterol desde el hígado a los denominados tejidos periféricos y abastecerlos de colesterol para que sean capaces de cumplir sus funciones. El problema surge cuando los niveles tanto de colesterol como de LDL superan los parámetros recomendados. Esta LDL, en niveles que superan lo que nuestro cuerpo necesita, queda circulante en la sangre y termina por oxidarse generando una reacción automática de nuestro cuerpo. Este intentará retirar estas partículas oxidadas lo antes posible mediante unas células del sistema inmune llamadas macrófagos que ejercerán la función de basureros al recoger toda la LDL oxidada que encuentren a su paso. Nuestros macrófagos intentarán recoger todo el “colesterol malo” que puedan incluso sobrepasando su capacidad de almacenaje y entrando en apoptosis (muerte de la propia célula). Esto significa que por un lado tenemos acumulación de LDL y por otro acumulación de macrófagos muertos. Todo esto poco a poco generará un tapón que con el tiempo terminará por obstruir el vaso sanguíneo y consiguientemente aparecerán problemas cardiovasculares como infartos e ictus.
Este problema, que puede generarnos tantos dolores de cabeza a futuro, se soluciona con un simple control desangre. En dicho control se testarán nuestros niveles tanto de colesterol como de LDL y permitirá a los médicos ir controlándolos. Finalmente, si se necesitara, los propios médicos podrán aconsejar una dieta baja en grasa y en los casos de las personas que padecen una enfermedad genética y que superan los valores recomendados podrán comenzar un tratamiento mediante estatinas.
AUTOR: Asier Benito Vicente (Doctorando en Biomedicina y Biología Molecular)